Tras el ocaso: Silencio, velas y tintineo de cristales Imprimir
Escrito por María del Pino Gil de Pareja. Fotos de Pedro Valeros. 14 de abril de 2017, viernes   

Las luces de Cartagena se hicieron tiniebla para acoger la Solemne Procesión del Silencio y Santísimo Cristo de los Mineros. Con este desfile concluye la presencia california en las calles de la ciudad.


Un tambor sordo abría la procesión. Su redoble destemplado avisa el inicio de la procesión. También el inicio de la muerte y el dolor. Cartagena entera se recoge ante el silencio y la oscuridad. Solo las luces de cera dejan ver algo. Su quema lleva la mirada de quien está viendo a lo esencial.

Tras los banderines, desfiló el tercio del Ósculo, un grupo especialmente sobrio: les basta una túnica y un capuz para vestirse. Nada de capas, ni escudos, ni sudarios. Tampoco acompañan a ningún trono. La fila de estos penitentes se abre con una cruz tumbada que sostienen cuatro capirotes y es alumbrada por cuatro faroles.

Los participantes de la procesión del Silencio están sujetos a un reglamento elaborado en 1928 por el que se comprometen a mantener una seriedad aún mayor de la habitual. Además, este estatuto recoge una ordenanza por la que todos los participantes del desfile deben llevar el rostro cubierto, salvo el hermano mayor y el capellán. Por motivos de salud, este año D. Francisco de Asís no ha podido asistir a la procesión. En sustitución, ha cumplido sus funciones el capellán de la cofradía del Socorro, D. Lázaro Gomáriz. Junto a él, iba también descubierto Juan Carlos de la Cerra, hermano mayor de los californios. Sin embargo, este año también se ha visto el rostro de un miembro más. A la altura de las Puertas de Murcia, un sencillo portapasos del Ecce Homo se subía al trono y, ya sin velo, encendía una a una las velas de los faroles que el viento había apagado con su fuerza al pasar por este tramo.

La imagen del Cristo del Prendimiento, vestida como Ecce Homo, desfiló serena bailando a su Jesús, al que rodeaban ramos de rosas rojas. En su paso por las calles, le caían varias saetas desde los balcones.

Llegó el turno del Santísimo Cristo de los Mineros, el único crucificado que procesionan los californios. La sombra de su cruz se proyectaba sobre los edificios del recorrido.

 

El tercio juvenil de la agrupación de San Juan Evangelista precedía al trono de la Vuelta del Calvario. Este paso está presidido por una virgen idéntica a la antigua virgen del Primer Dolor de Salzillo, perdida en la Guerra Civil. Le acompañan el apóstol San Juan, María de Cleofás y María Magdalena. Detrás del grupo se eleva la cruz vacía de Cristo.

Llega finalmente la Virgen de la Esperanza, la última imagen california de la Semana Santa. La rodean preciosos farolillos de color verde. A sus pies, un buen número de velas ilumina su gesto. La Sección de Honores de la agrupación de Granaderos cierra la procesión dando escolta a la Virgen con los últimos tambores del desfile.

Al llegar a la iglesia de Santa María, se cantó el tradicional miserere al Ecce Homo y, posteriormente, la salve cartagenera. Minutos más tarde, el silencio dejaba paso a los cohetes voladores que anunciaban el turno de los marrajos.

 

 

Este sitio utiliza cookies de Google y otros buscadores para prestar sus servicios, para personalizar anuncios y analizar las visitas en la web. Google recibe información sobre tus visitas a esta página. Si visitas esta web, se sobreentiende que aceptas el uso de cookies. Para mas informacion visite nuestra politica de privacidad.

Comprendo las condiciones.

EU Cookie Directive Module Information