Los marrajos estrenan la calle PDF Imprimir E-mail
Escrito por María del Pino Gil de Pareja. Fotos de Pedro Valeros. 11 de abril de 2017, martes   

El estandarte de la cofradía marraja abrió, como cada año, la procesión de las Promesas de la Santísima Virgen de la Piedad, o la procesión del Lunes Santo, como le gusta llamarla a los cartageneros, primero de los desfiles del grupo morado.


Un buen grupo de penitentes femeninos de la agrupación de Nuestro Padre Jesús Nazareno escoltaban al sudario. En sus manos portaban banderines con los diversos nombres que Jesús de Nazaret recibe en los evangelios. Este año, este llamado Grupo de Acompañamiento estrenaba mazas nuevas.

 

Les seguía de cerca y con paso firme el grupo de Granaderos Cadetes. Filas y filas de pequeños aprendices que mantuvieron el orden y el ritmo uniforme durante toda la procesión. Causó sensación la destreza de los tamboristas: criaturas de no más de un metro que manejaban las baquetas con admirable ritmo y profesionalidad.

 

Tras ellos desfiló el Santo Cáliz, trono insignia que abre siempre las procesiones marrajas. El trono, obra de Manuel Orrico, es símbolo de la Pasión: se compone de un cáliz traspasado por una cruz y una corona de espinas. Es precisamente este símbolo el que figuró como escudo de la cofradía hasta el año 1917. El tercio que precede al Santo Cáliz utiliza como estandarte una antigua cruz procesional de madera que data del siglo XVII.

 

Después del Cáliz, llegó el turno de la Agrupación de Granaderos. Siempre ordenados e impecables.

 

Les seguía el primero de los tercios de la agrupación de la Santísima Virgen de la Piedad. Este tercio precede al Trono Insignia, que representa la cúpula de la iglesia de la Caridad. Llegó entonces el turno del segundo y último tercio, del que resulta especialmente llamativo el brillo gris purpurina de sus túnicas y el azul aguamarina de sus capas. Con un orden impoluto, el tercio sirvió de pasillo hasta el altar de la Piedad.

Y al fin dobla la esquina el trono de la Piedad, llevado a hombros por la agrupación de Portapasos-Promesa de la Santísima Virgen de la Piedad. Este año, la imagen de Nuestra Señora, obra de José Capuz, ha sido restaurada por el artista Enrique Barcala, renovando algunos desperfectos causados por el paso del tiempo. La Virgen presidía un trono enarbolado de flores blancas que hacían juego con el pañuelo blanco que cuelga de la cruz, de la que bajaron a su hijo para soltarlo muerto en sus brazos.

Como cada año, el momento más emotivo y tradicional de la procesión se produjo al llegar a la iglesia de la Caridad. Allí, el trono es vuelto por los portapasos para que ambas vírgenes, Caridad y Piedad (esta última representa una iconografía idéntica a la de la patrona de Cartagena) puedan mirarse frente a frente. Allí se canta la salve popular cartagenera mientras las Damas de la cofradía y las de la agrupación de la Virgen de la Caridad realizan una ofrenda de flores a la Caridad. También los portapasos ofrecen un ramo de rosas negras, cumpliendo una tradición que se viene celebrando desde el año 1947.

Por último, una multitud de miles y miles de promesas acompañaban los pasos de la virgen rezando y pidiendo por sus intenciones. Son ellos los que cierran la primera de las procesiones marrajas.

 

Si bien, no se puede cerrar una crónica procesionaria sin mencionar a los nazarenos. Padres, madres y niños que llenan de alegría el desfile. Con sus caramelos, reparten cariño y ternura a todo el público cartagenero y forastero.

 

 

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